Dra. Anita Devineni
Becaria postdoctoral Instituto Zuckerman, Universidad de Columbia, Nueva York
PhD en NeurocienciaUniversidad de California, San Francisco
Translated by Elena Blanco-Suarez
La fascinación de la Dra. Anita Devineni con el cerebro no ocurrió durante una clase de biología si no durante sus vacaciones de primavera. Por aquel entonces, estaba en el instituto, y a pesar de que le gustaban las matemáticas y la ciencia teórica, encontraba la biología aburrida – el ponerles los nombres a las partes de la célula o el memorizar las características de los mamíferos. Esas vacaciones de primavera, Anita estaba en la playa sin un libro para leer, pero su amiga tenía uno para prestarle: Genoma de Matt Ridley. Anita devoró el libro, fascinada por la idea de que los genes pueden influenciar la personalidad y el comportamiento. “Nunca pensé sobre como hay ADN dentro de mi que puede contribuir a hacerme la persona que soy,” recuerda. Mientras que Anita se ha ido dando cuenta de las limitaciones de los estudios descritos en Genoma, el libro sin duda influenció la trayectoria de su carrera. Generó su interés por los lazos que relacionan la genética y el comportamiento, una fascinación que al final la llevaría a la neurociencia. Cuando llegó a la Universidad de Stanford como estudiante, Anita – devota fan de Star Trek – buscó un grado en astronomía, pensando que quizás podría acabar trabajando en la NASA. Pero no lo había. Así que, recordando esa fascinación por Genoma, Anita decidió hacer un grado en Biología, con el plan de enfocarse en cursos de genética. Otro momento clave ocurrió durante su clase de Introducción a la Biología, la cual la enseñaba el neurocientífico Dr. Robert Sapolsky. Sapolsky introdujo los experimentos clásicos de Hubel y Wiesel a la clase donde registraron la actividad eléctrica del cerebro de un gato, haciendo de sus descubrimientos una historia hipnotizante sobre cómo la actividad neuronal es la base de cómo percibimos el mundo. Asistir a esa clase hizo que Anita de repente se diera cuenta de que la actividad neuronal y los circuitos neuronales eran el porqué de su fascinación con Genoma – eran los mecanismos por los cuales los genes podían influenciar el comportamiento. Gracias a esto, decidió dedicarse a la neurociencia. Así que fue a trabajar al laboratorio del Dr. Liqun Luo donde estudiaban el desarrollo neuronal, una experiencia que solidificaría su interés en este campo y su amor por la investigación.
Esa pasión de Anita la llevó al programa de doctorado de la Universidad de California, San Francisco donde se unió al laboratorio de la Dra. Ulrike Heberlein para investigar adicción en las moscas de la fruta. Anita descubrió que las moscas consumen alcohol de forma voluntaria y exhiben algunos aspectos de comportamiento adictivo; las moscas consumen más y más alcohol según pasa el tiempo y tras un periodo de privación tienden a consumirlo de forma excesiva. Además de sus descubrimientos científicos, Anita también descubrió un importante modelo a seguir en Ulrike. Al principio de su carrera, Ulrike decidió cambiar el enfoque de su laboratorio a pesar de que le advirtieron que su plan de estudiar moscas intoxicadas era una locura. Persistió y triunfó, desafiando cualquier duda. Anita encontró la historia de Ulrike tremendamente inspiradora y espera poder canalizar la misma valentía ahora que se embarca independientemente en su propia carrera científica.
Tras completar su doctorado, Anita se fue de California a Nueva York, uniéndose al laboratorio del Dr. Richard Axel en la Universidad de Columbia, en el Instituto Zuckerman. Como becaria postdoctoral, Anita comenzó a investigar la interacción entre el gusto y el olfato, utilizando su organismo modelo favorito – la mosca de la fruta. A pesar de que el laboratorio Axel estaba principalmente interesado en el olfato, Anita acabó por gravitar hacia cuestiones fundamentales sobre el gusto. Se interesó en cómo los estados motivacionales llegan a afectar la forma en la que el gusto es procesado en el cerebro, y cómo se manifiesta a través del comportamiento. Esa curiosidad llevó a Anita a descubrir que las moscas hambrientas se sienten atraídas por el ácido acético (el sabor a vinagre) pero el mismo estímulo las repele si están bien alimentadas. Dado que el gusto es considerado un sentido como la visión o el olfato, el descubrimiento de Anita mostrando que el hambre puede cambiar la valencia del estímulo gustativo fue particularmente sorprendente. Su trabajo explica algunas de las lagunas que aun existían en cuanto a nuestro entendimiento de cómo el gusto es procesado en el cerebro.
Aunque Anita hizo descubrimientos significativos y emocionantes durante su postdoc, el viaje no fue sin dificultades. En un punto difícil en el que Anita se sintió particularmente enredada en un proyecto que no avanzaba, comenzó su blog Brains Explained (Cerebros Explicados). Escribir sobre neurociencia reforzó su pasión por el tema, e incluso cuando los proyectos comenzaron a avanzar, siguió blogueando. “Es realmente emocionante,” dice Anita, “cuando una puede transmitir su entusiasmo a otra persona y te dicen que ahora piensan que el cerebro es realmente interesante.” Es la misma motivación que guía su amor por la enseñanza. Durante su postdoc Anita enseñó neurociencia y genética como instructora adjunta en el City College de Nueva York, y espera poder encontrar una posición de profesora para continuar enseñando y asesorando estudiantes.
Anita se está preparando para encontrar esa posición de profesora y tiene objetivos no solo para sus experimentos si no también planes para orientar estudiantes en su laboratorio. Continuará estudiando el gusto en las moscas de la fruta, descifrando los circuitos neuronales que gobiernan la percepción gustativa. Tiene ganas de atacar estas cuestiones utilizando tecnología de última generación ahora disponible para estudiar estos aspectos en las moscas, incluyendo técnicas basadas en aprendizaje automático para realizar rastreo de comportamientos y la habilidad de registrar y manipular la actividad de neuronas individuales en el cerebro de la mosca. Anita también es una apasionada de hacer del laboratorio un lugar hospitalario, inclusivo y feliz para sus futuros miembros. Se da cuenta que cada miembro puede tener diferentes objetivos, y espera ser capaz de asesorar de manera personalizada para ayudarlos a alcanzar sus sueños. Y quizás en algún lugar en su estantería en su futura oficina habrá una copia de Genoma, la lectura de la playa que la llevó a la neurociencia.